Volvió a ese parque, su parque,
en ese en el que tanto tiempo atrás había sido feliz. Estaba recordando su
niñez, todo lo que había vivido allí. Sus tardes enteras jugando con esa gente,
que ahora en el futuro son esos amigos de los que no se separa, le ayudan y la
quieren con locura. En el que se cayó por primera vez, y se hizo los rasguños
más profundos de su vida. En el que le rompieron el corazón, en el que había vivido
algunos de los mejores momentos de su vida y algunos de los peores también.
Quizás a mucha gente no le gustaba ese parque, nadie entendía porque le gustaba
tanto, puesto que no tenía columpios ni toboganes ni nada especial pero para
ella tenía cosas más especiales. Le encantaba las hojas entre verdes y marrones
en otoño y las de los arbustos rojas y otras verdes, y la esquina del parque
en el que estaba el rosal era su parte preferida, lo más bonito era cuando las
rosas estaban a punto de florecer.
Quizás lo que había pensado era
una tontería pero tenía 80 años y sabía que no le quedaba mucho de vida. Tenía
claro donde quería permanecer siempre, en aquel parque donde había vivido cosas
tan bonitas y había conocido al primer amor.
Meses después ella murió, sus
hijos tiraron sus cenizas al parque, estaban tristes pero sabían que ella donde
estuviese siempre sonreiría por estar en aquel maravilloso lugar.
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